Yo me lo guiso, yo me lo como.

….”mira, ese que está ahí, a tu derecha. Es el dueño de la empresa que suministra a todo el noroeste de la península, ese tipo nada en dinero”, le dijo él apoyando su codo derecho en la barra del bar.


Ella le mira con disimulo, mientras él se gira y se hace el distraído con el teléfono. 

Mira su vestuario, su postura, como agarra la copa, como mira a su interlocutor, mira el peinado de su acompañante femenina, mira su ropa en unos minutos que se antojan horas.


Le mira embobada mientras su cerebro, esa máquina de soñar elabora una tras otra historias que poco a poco, en unos míseros segundos, se cree. Se imagina a aquel hombre maduro en una casa que solo existe en las rápidas interconexiones de sus neuronas, rodeado de lo que es el lujo para ella, se imagina el sexo con su mujer como si ellos supieran algo que ella desconoce, los ricos deben hacerlo entre un aura que solo unas cuantas sombras de grey han sabido explicar.

 

Se imagina por un momento que aquella pareja y sus amigos hacen todo lo que a ella le gustaría, se mueven en el coche que ella tendría, pueden ir a comprar ropa que jamás se pondría.


Mientras aquel hombre, enfermo de cáncer hace lo posible para salir de casa, ver a sus amigos, socios y socializar un poco. Su mujer, la que existe tras capas de maquillaje y vestidos caros, no sabe llevar la situación y las broncas y problemas están a flor de piel. Hace lo posible por sonreír mientras mira de soslayo a la mujer joven que hace unos minutos que la mira y a su acompañante; imágenes de amor y pasión pasan por su pupila, recuerdos de juventud, de salud, de fiestas, de amores. De cuando las empresas no eran una preocupación, solo un sueño, de cuando su marido era un hombre fuerte y él sólo sujetaba todo lo que tenía y más.

 

Sonríe detrás de su máscara, las dos sonríen detrás de su máscara. La que se ponen y las que se colocan la una a la otra.



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