Rápido, muy rápido.
Quizás cuando se quitó la ropa no ponderé bien la situación. A lo mejor no debería haberme dejado llevar por el ímpetu de la juventud, por el instinto del cazador que no deja escapar la presa que está a tiro, puede que por el que dirán.
Ayudó mucho la forma de su cadera, una prefecta cintura combinada con un cuerpo de infarto, unos labios carnosos y una edad ideal para que todo aquello se transformase en una sesión de cardio en la que debía llevar la voz cantante, el ritmo y la maestría.
Quizás me emocioné demasiado pensando en una presa fácil de abatir, pero la manera en que se desnudó y lo bien elegida que estaba su ropa interior deberian haberme puesto en perspectiva.
Pero no fue así, me tiré al ring para ganar, golpeé duro con la mejor técnica, manipulando la herramienta con la habilidad que la práctica me había otorgado.
Pero las curvas resultaron demasiado cerradas, el entorno demasiado húmedo y exigente, derrapé y perdí el control, con el corazón en la garganta descorché antes de tiempo la botella y, el champán, ese chorro reservado para las grandes gestas en el momento justo y preciso, caía ahora por la pierna de mi contrincante, lejos de la pole, de mi mejor tiempo, lejos del objetivo.
Rápido, muy rápido.
Comentarios
Publicar un comentario