El tema.
Me encuentro frente a ella y tiene ganas de enfrentarme, una media sonrisa se dibuja en sus labios y una firme intención tras sus ojos.
Deja caer el tema sobre la mesa como si se tratase de un tablón, uno sin lijar ni suavizar, con todas sus astillas salpicando la mesa.
Su voz parece templada, sus gestos pausados y a pesar del tamaño del “tablón” se ha aprendido el argumentario y lo ha estado madurando, no tiene fallos, se lo ha repetido hasta la saciedad y tiene todo el sentido. Solo puede ganar.
La escucho hasta que sus palabras teclean en mi mente la combinación que libera los resortes de mi ego. No importa el tema, no debe vencer, no puede vencer. Trato de ver su expresión corporal y no modificar la mía, trato de buscar las palabras más pedantes y educadas para negar todo lo que ha estado argumentando, hasta las pequeñas cosas que puedan tener verosimilitud. Funciona y poco a poco pierde la calma, su tablón se ha aligerado y su perfecto argumentario cojea ya. Se encorva y trata de poner una sonrisa, tan forzada y desentonada con el resto de sus facciones que asusta. Trata de esconderse en el “yo”, justo en el gran error de su argumento, su yo que todo lo ve se da cuenta de que no había visto lo que “yo” le estaba mostrando.
Mi ego se siente satisfecho, ha perdido los nervios y está confundida, ahora bajaré la intensidad del argumentario y buscaré puntos en común, alguna broma y un poco de cordialidad.
Nos hemos divertido, ella no cambia ni un ápice nada de lo que hemos discutido, por muy acalorada que haya sido la discusión, yo tampoco lo hago. En el fondo no entre a discutir más que para eso, para ver los puntos débiles de mi teoría, para poner a prueba mis habilidades, el tema ya me da igual...
Supongo que los dos hemos ganado…o no, de todas formas ya pasó, no importa.
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