Miguel y el bosque.

El cazador

A Miguel no le gustaba madrugar. Apartó las sábanas pesadamente y estiró su velludo brazo para tantear la desordenada mesita de noche y aplastar sin mucho acierto al minúsculo despertador. Ese pequeño capullo electrónico clamaba en su extraño lenguaje “levántate holgazán”, o al menos eso le parecía a el  a cada día. Este es el día que había estado esperando toda la semana, el día de quedar con la cuadrilla y salir a cazar.
   Se lavó la cara y buscó un cigarro en la misma ropa que se había puesto ayer, pensó que probablemente se la volvería a poner hoy. Allí frente al espejo volvió a preguntarse una vez más si aquello que veía era lo que algún día había pensado que iba a ser. A sus 45 años, había trabajado toda la vida como albañil, no había conseguido una mujer con quien compartir su vida y tampoco dinero para acabar de reparar la vieja casa en la que vivía. Tampoco deshacerse de la capa de pelo que cubría su cuerpo, pensaba mientras se atusaba la barba. Atrás había quedado su talento para el deporte y físicamente ya no era aquel chaval que ganaba los campeonatos de natación, corría como el viento y que todo el mundo se preguntaba cómo lo lograba, pues los cigarros y la cerveza le habían acompañado desde poco más de los quince años de edad y habían sido su pareja más duradera hasta el día de hoy. Su casa podría ser el reflejo de su vida, a medio reparar, no muy limpia y con multitud de cosas esparcidas por todas partes: artículos de caza, ropa, cajetillas de tabaco y botellas de cerveza vacías. Una vida poco ordenada.

  El bar de la esquina abría temprano los sábados, los cazadores se reunían allí todos los fines de semana,y la cacería comenzaria antes del primer disparo, seguro. En la barra se mezclaban los chupitos de whisky, los bocadillos de jamón y los donuts con cola cao, café, cigarros, un poco de alcohol. Y todos a los coches, había que estar en el monte al amanecer.
   Miguel saludó a los presentes y se acomodó en una banqueta. “ Un café, Fran” . Solo, largo, como el mísmo, al fin y al cabo. Saludó a los presentes y se tomó el café, no le gustaba desayunar, prefería estar alerta y caminar ligero.
     Ese día Miguel no llevaba a sus perros, se habían puesto de acuerdo y en esta ocasión él sería de los que disparan. Salieron hacía el monte, a unos quince kilómetros de su casa, cerca, pero sería la primera vez que cazaban allí. No era un buen lugar para cazar, demasiado abrupto y lleno de maleza, con malos y casi inexistentes accesos, pero los vecinos de la zona llevaban de un tiempo para aqui quejandose de los destrozos que provocan los jabalíes.
   Subió  con uno de sus compañeros, Marcos, en su viejo Land Rover y cubrieron el trayecto sin que el sol se decidiese a salir todavía. Dejaron los coches en donde terminaba el camino, los colocaron de la mejor forma posible y echaron un vistazo a la zona.
    Los primeros rayos de sol apenas conseguían abrirse paso entre la neblina mañanera, dibujando un panorama bastante poco apetecible. El espeso bosque que los rodeaba depositaba el rocío nocturno en cada una de sus hojas, como guardándose de no dejar seco a ningún visitante, los árboles, viejos y recubiertos de líquenes delimitaban bien aquel territorio, las zarzas lo invadían todo, era un buen sitio para que los jabalíes se escondieran.
    El jefe de la cuadrilla dispuso donde deberían colocarse con las armas, mientras lo que llevaban perros levantarían las presas en su dirección, de la forma habitual. El y algunos otros habían inspeccionado la zona unos días antes. Miguel bajó por el monte, despacio, casi no había camino entre la densa maleza  y allá donde levantaba la vista no se apreciaba rastro de que alguien hubiera pasado por allí en años. El jefe le había dado unas indicaciones para ubicarse, pero coño, en poco más de 200 metros se creía perdido. Una leve sonrisa se dibujó en sus lábios, “ Sería emocionante” se dijo apretando el rifle y apurando el paso. Por eso le gustaba ir de caza, ahí, en el monte, mojado, solo contra la naturaleza, tenso y vigilante se sentía vivo, como cuando era joven, pensaba. A lo lejos se escuchaban los ladridos de los perros y un poco más abajo un pequeño riachuelo finalizaba la loma en la que se encontraba y daba inicio a otra. Se detuvo al borde del río y miró a su alrededor. Le parecía un buen sitio, “hasta bonito” pensó mirando los líquenes y musgos que cubrían la mayor parte de los troncos y rocas. Tras unas de ellas decidió apostarse, era perfecto, buen ángulo de visión, una zona amplia y poco peligrosa para disparar.
       Una de las cosas que Miguel no había perdido con la edad era su manera de cazar, motivo por el cual muchos compañeros se negaban a acompañarle. Apagaba su emisora y no se comunicaba con nadie. Simplemente se tumbaba a escuchar los ladridos de los perros y esperaba a su presa, eso de que le avisaran le parecía hacer “ trampa “. Aquel día no iba a ser diferente, pero los ladridos le daban tiempo suficiente a otro cigarro, u otros dos, pensaba que incluso tres mientras que cerca de su bota algo le llamó la atención.
    “¿Qué es eso?”-una pequeña masa viscosa casi transparente y con algo que parecía orgánico dentro estaba justo al lado de su bota. Apuró una calada más, tiró el cigarrillo y apoyó el rifle en las rocas. Cogió la masa viscosa con la mano, pensó que serían huevos de rana, quizás una rana despistada que no consiguió evitar dar a luz antes de llegar al rio. Mientras la miraba un espeso olor almizclado lo invadió todo, acercó la gelatina a su nariz y la apartó casi en un acto reflejo, se sacudió la mano con fuerza, pero aquello se le había pegado a ella.
   -“ Joder, apesta!”,- aquel olor, como a animal salvaje, intenso y almizclado se le había metido en la nariz, tenía algo extraño, apestaba y al mismo tiempo era agradable…Se salió de su parapeto y fue al río a lavarse la mano. Aquello parecía más seco ahora que lo tenía en la mano que antes, como si se hubiera deshidratado un poco. “Espero que los demás no lo noten” pensó en voz alta, ese olor no desaparecía, pero por fortuna el agua helada del río se había llevado aquella cosa pringosa.
     Allí, de cuclillas, Miguel se dio cuenta de que algo no iba como debería. No escuchaba los ladridos de los perros, ni las voces de sus compañeros, tan solo el sonido del agua, y de repente, una presencia cercana…
¿Alguien sabe donde se ha metido Miguel? vociferó Paco, el jefe de cuadrilla, a la emisora, -aunque bien podrían haberle escuchado sin ella- , pero la respuesta fue unánime, nadie sabía dónde estaba, aunque tampoco les preocupaba demasiado, sabía cuidarse mejor que muchos de ellos. Pero Paco parecía preocupado por algo más, y entre palabras retorcidas, malsonantes y tacos de todo tipo, buscaba un teléfono móvil para poder llamar a Miguel. Con el revuelo algunos comenzaron a enfadarse y exigieron saber porque se paraba todo a poco más de una hora de haber llegado. Paco los reunió a todos en el aparcamiento, al poco rato todos estaban allí, salvo los que llevaban perros. Tenían problemas para controlarlos desde que se internaron en el bosque, algunos se negaban a avanzar, otros daban vueltas en círculo aullando y era imposible que siguieran el más mínimo rastro de nada. “Nunca había visto nada así, están fuera de sí, como asustados y encima este lugar está muy cambiado desde la última vez, tengo miedo de que algo salga mal”. La preocupación de Paco era compartida por otros de la cuadrilla y ahora lo importante era avisar a Miguel. “ Lo buscaremos en dos grupos, uno por aquí, en dirección al río y otro más adelante en la misma dirección, nos encontraremos con él o entre nosotros, ¿os parece?” Todos asintieron, Paco era buen cazador y mejor organizador.Y de alguna manera todos querían encontrar a Miguel, se divertirían martirizándole con las culpas sobre el fracaso del dia de caza…

El aire estaba denso, de alguna forma era como si el tiempo se hubiera detenido, aquel olor flotaba por todas partes y Miguel se dejó caer de rodillas al suelo, incapaz de reaccionar.
     Frente a él, un lobo enorme, gris, como los de las películas pensaba, era gigante y le miraba a los ojos, nunca había visto algo así. Pensó en el rifle, pero ni lo miró, le sentía tan poderoso que ni siquiera se atrevió a desafiarle, solo cerró los ojos y aceptó su destino, en el fondo, feliz de haberlo encontrado.

Paco fue el primero en encontrarle, inconsciente y desnudo.
   

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