Maria.

María es ama de casa, una de esas personas que para descubrir que tiene treinta y tantos necesitas explorar a fondo.



Siempre seria, una especie de prisa la acompaña allá donde vaya, un atareo constante y una mirada al frente, un tanto altiva, quizás un tanto temerosa. Pocas o ninguna vez la he visto relajada, siempre ocupada con algo de la casa o de su trabajo, siempre abnegada y resignada a su marido e hijo.
Ella, como cada uno de nosotros, arrastra su propia historia, a veces de dificultades, a veces de logros, pero con un fondo de tristeza y de insatisfacción. El dia a dia se le llena de prisas, retrasos, inconvenientes, esfuerzos, cansancio, dolor. 

Maria cuida en la mañana a Pedro, un abuelo que ha perdido a su familia y que la quiere como a una hija, a su manera de querer a los hijos, por supuesto. Esto la incomoda mucho, ella, a la que su padre no había hecho ni caso de niña, tenía que aguantar ahora al viejo este en plan paternalista, un viejo que aprovecha cada ocasión para decirle cómo tiene que vivir, como si ella no supiera…
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Pero salir de casa de Pedro no tiene el efecto liberador que Maria busca cuando mira el reloj en la mañana, llegar a casa tampoco es tan agradable, su hijo ya no es aquel niño cariñoso al que ha…bia que sacarse de encima, ahora, un silencio incómodo que solo se ve interrumpido por algunos gritos, sermones y reproches parpadean intermitentemente en la tarde, llegando a las noches e impregnando las sabanas de ira y frustración.

Su marido Luis, un tipo simple, trabajador y tranquilo, ya no se parece al de las fotos de boda que adornan el salón, esa sala que no se usa más que cuando vienen visitas, ese lugar que Maria mantiene impoluto por si alguien tiene la osadía o en atrevimiento de entrar a su casa sin avisar, un espacio para alguien que no llega, para algo que no quiere.
Luis, antes elegante, con buen tipo, alto y perfectamente afeitado, amante de las fiestas y los bares, luce ahora mayor de lo que es, desgarbado y con sobrepeso, vive centrado ahora en los partidos en el bar, en sus compañeros de trabajo y en poco más. Por suerte el bar está debajo de casa.


Mañana otra vez, resuena en su mente mientras apaga la luz. La luz de una vida llena de ilusiones, optimismo, felicidad, etc.
La luz de una mujer que soñaba con su casa de campo, con su propio negocio, con su familia ideal, con su perro recibiéndola en la puerta de casa. Una imagen que se aleja, cada vez más borrosa en la que justo un instante antes de desaparecer, Maria puede ver que tampoco sonríe.

Porque una vez que la boda terminó las dificultades aparecieron, los pagos de la celebración salieron adelante, pero pronto quedó embarazada y los días que se prometían felices le mostraron a un Luis incapaz de asumir que ya no era un niño, que la diversión se terminaba. Entonces apareció la casa de sus sueños, pero la coyuntura no era propicia, pero el precio si, aunque la ubicación no tanto, el trabajo de ella no era el adecuado, es mucho riesgo, sonaba en la radio.

El niño llegó y con él la suegra, los conflictos por no hablar claro, los sueños rotos, el hay que trabajar, él hay que poner los pies en la tierra, sonaba en la radio mientras Maria pasaba por delante de la casa de sus sueños que habían comprado unos chicos de Holanda y que habían puesto preciosa con sus propias manos.

Pero ella ahora necesita un coche más grande, para los niños, no tan bueno, no tan simple. Luis tiene un momento de felicidad con su juguete nuevo, tiene llantas bonitas y ha sacado el motor grande, aceptable.
Los días pasan y en las gráficas los eventos van a menos, los amigos ya no llaman, la familia no pone más que trabas, los sueños están aparcados en el trastero mientras maria se pone guapa para ir al super, para tirar la basura, para llevar el niño al colegio.
A veces, el vecino se cruza con ella, es mayor pero muy guapo, le arranca una de las pocas sonrisas del día, y ella se cruza con él, y él con ella, se saludan , se sonríen, ella se va a la cama con Luis y con el vecino, uno en su piel, otro en su mente.

Luis ha tenido mala suerte en el trabajo, su nuevo jefe es un tipo que le tiene rencor, pero él no es manso y lo ha puesto en su sitio, asi que el muy capullo de su jefe le ha cambiado de zona.
Ese capullo engreído al que han puesto ahí a dedo, como siempre. Si no fuera por el niño le habría mandado a la mierda..
Maria aceptó la noticia después de tres días de gritos, algún insulto y de noches de sofá. Unas semanas después decidió cuidar a Pedro, cerca de su casa, para poder complementar el sueldo de su marido. Trabajaría por las mañanas, mientras el niño estaba en el colegio. Al final Pedro tenía una muy buena jubilación y percibía varios alquileres, así que María pronto ganaba tanto como Luis.
Al principio fue una buena noticia, hubo reconciliación, acercamiento, un poco de amor, un par de meses de dinero y los planes volvieron a brotar en forma de ya no una casa, un piso en propiedad, cambiar el viejo coche de Luis, algo más sereno, menos onírico.

Pero a los pocos meses los gastos habían subido por arte de magia, habían ahorrado sólo un dos o tres meses y el aumento de ingresos se transformó en ropa, pintura, una tele, un sofá, una buena comunión para el niño y lo que subió la vida.
Luis sugirió a Maria posponer lo del piso, había incertidumbre en la fabrica y al fianl no conseguían ahorrar, todo estaba carísimo. Ella lo aceptó de buena gana por fuera, pero por dentro una punzada de fracaso y tristeza se apoderó de ella. Era su 32 cumpleaños, doce de casada y casi 10 de desilusionada. La vida que soñó algún dia no es para ella, no es para ellos. Su hijo no saca buenas notas, muchas veces llora en silencio porque es su abuela quien consigue que el preadolescente haga algo de utilidad, su casa no es lo que quiere y mira por el rabillo del ojo mientras cada vez camina más apurada, a aquellos que si viven bien.

Ve a su amiga de la infancia con su mini verde, a su primer novio y sus dos niños en el parque todas las tardes, sonriendo hoy, ayer, mañana…a su vecino y maduro Juan en su BMW, ve cómo los 40 se le echan encima, la línea de la vejez que alguien dibujó en ella en la niñez.
Cada vez más rígida, cada vez más triste, cada vez más apurada por ir a ninguna parte, avisa a Pedro de que el jueves se ausentara un par de horas, tiene consulta médica para ver que es la mancha roja que le esta saliendo en el cuello.

Los días pasan y Maria se siente mal. La mancha roja se extiende, es una dermatitis, probablemente causada por estrés. La doctora le indica que baje el ritmo, que puede ser conveniente ir a terapia y que de momento le recetará unas pastillas para que pueda dormir mejor. Recuerde pasear le dijo, mientras Maria la miraba tratando de disimular el asco que le producía la situación, tratando de sacar de su mente a la doctora paseando felizmente sin preocupaciones. 
En la farmacia nadie la miró raro por llevarse los ansiolíticos, en casa nadie se enteró de que los tomaba, ni ella misma…

Cuatro años después, la dosis es más alta, el resultado, el mismo.

Los 40 están ahi, casi los lleva encima. A veces siente que no controla lo que hace, que todo tuviera un velo o una densa niebla. Cuando se queda sola en casa piensa en su vecino Juan. Se han enredado dos veces, una en su garaje y otra quedaron en una pista forestal, llora pero no sabe muy bien por que es, si es por que quiere volver a ver a Juan o porque se siente mal por Luis. Llora porque no sabe si dejarlo todo y comenzar de cero o aguantar, llora porque sabe que no es feliz, llora porque ve en juan algo que sabe que no es y que desea, llora…

Diez años después Pedro ha muerto, Maria ya no trabaja por que se le ha diagnosticado fibromialgia, tiene 46 años y parece mayor, se han separado de Luis, este vive y bebe de barra en bar, para pasar las noches en la vieja casa de sus padres, que han fallecido. El niño se reparte bien el tiempo, come y duerme en el piso de su madre entre semana y se va a casa de su padre en fin de semana, excusa perfecta para que nadie le controle y poder estar con sus amigos. Maria se ha visto con Juan muchas veces, pero él sigue soltero y no le interesa nada que no sea pasajero. Aun así es una de sus pocas alegrías, eso y cobrar la pensión. Ha vuelto a fumar y ha parado de soñar. La tv es su mejor amiga y el sofá su salvador.

Llora de vez en cuando, de vez en cuando le monta una bronca a Juan, otra a Luis, otra a su hijo… Lo hace para que alguien le haga sentir algo, para que reaccionen, para que hagan las cosas bien según ella, para recibir un poco de atención, según aquel terapeuta al que había ido hace años.

Hace años que no veo a María, las últimas veces ya no entraba en el super tan apurado, ya no se arreglaba tanto, ya buscaba las miradas de las cajeras y de los clientes del pueblo. Trataba de ser sociable aunque nadie le había enseñado, no sabía.

Pero Maria somos todos, cada uno con su historia de vida, hombre, mujer, joven, viejo. Maria solo es un ejemplo de las idas y venidas, de lo que ocurre si te lleva la ola, las olas que vendrán, las olas que vinieron, un ejemplo de que lo que tenemos es lo que soñamos, de lo importante que es estar bien alineados con nuestros sueños, nuestras metas, objetivos y de quien elegimos para que nos acompañe en ellos, de lo importante que es llevar a cabo las acciones adecuadas para que el resultado no sea el caos. 

Porque la única lucha en esta vida es contra el caos, el caos de nuestra mente. 

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