Fin de semana en moto por la costa da morte.


Existen lugares que tienen magia, el encanto de lo salvaje, de los elementos en contacto con el hombre, de la historia, a veces dura, a veces romántica, lugares donde la muerte está presente hasta en el nombre, donde el sol decide despedirnos con sus últimos rayos y esa magia se funde con la naturaleza. Uno de esos lugares es la Costa da morte.



    

   Me resulta curioso que a pesar de la poca distancia que separa esta zona del lugar donde resido ( y esto ya me ha pasado con otros sitios) y de que mi familia materna proviene de aquel lugar, no lo haya visitado hasta hace poco. Así que, aprovechando un fin de semana climatológicamente perfecto, pusimos rumbo hacia Fisterra, con el único fin de ver al sol despedirse en el punto mas al oeste de la península, recorrer un puñado de kilómetros en moto y desconectar en lo posible de los quehaceres diarios.

   El plan era, en principio, bordear la costa por completo, saliendo desde Xove hacia Viveiro, continuar hacia Ortigueira, Ferrol, A Coruña, Malpica, Muxía, Camariñas y Fisterra, para finalmente pasar la noche en Corcubión y retornar tranquilamente, disfrutando de los 312km que la aplicación We Ride nos había mostrado al ir creando la ruta. Pero como siempre, la hora de salida se pospuso más de lo debido y cambiamos el tramo de Viveiro a Ferrol por la costa por ir directamente hacia As Pontes y bajar por Cabanas, Pontedeume y A Coruña.

   Allí, tras una caña, decidimos ir en busca de la tierra que vio nacer a nuestros abuelos, en Carballo los de Yanet y en A Laracha los mios, y tras algún que otro viraje y pequeña complicación, conseguimos dar con las casas familiares, algo reconfortante, a pesar de que no había nadie en esos momentos para recibirnos. 



El camino sigue y nos dirigimos a Caión, un pequeño pueblo en plena Costa al que el mar y el viento azotan constantemente y que ya nos da una idea de como se las trae por ahí la meteorología y de donde viene el apelativo de costa da morte...se veía como el entorno había sido modelado por los elementos, poca vegetación, rocas redondeadas por el viento y su silbido nos rodeaban y acompañaban por la serpenteante carretera que nos lleva al pueblo. No le dedicamos mucho tiempo a Caión, recorrimos sus callejuelas con la V y salimos otra vez en busca de Finisterre.

La siguiente parada fue en Vimianzo, solo para estirar las piernas y completar el corto trayecto que nos queda por recorrer hasta Cee, que prácticamente se fusiona con Corcubión sin que nos demos cuenta. Por el camino ha quedado la ruta de los dolmenes, que llevará una próxima visita y el castillo de Vimianzo, entre otras muchas cosas seguramente.
Cee es un pueblo de unos 8000 habitantes, para que os hagáis una idea de su tamaño y queda convenientemente enclavado para visitar cómodamente Fisterra y el Ézaro con facilidad, desplazandose poco mas de diez kilómetros. Alli, por un módico precio, nos esperaba un hotel a pie de playa, en el municipio de Corcubión, que como os comentaba antes, nos resultó difícil diferenciar de Cee. Una vez desprovistos de los petates y finalizando la tarde, hacemos la visita obligada al salto del Xallas, uno de las pocas cascadas naturales que caen al mar y que es un bonito y concurrido espectáculo. Al lado, el majestuoso monte Pindo, y en el cielo el sol indicándonos que la siguiente atracción se acercaba y nos obligaba a ponernos en marcha, la no menos famosa puesta de sol en el punto ( al menos uno de los puntos ) mas al Oeste de la Península.

El salto de Ézaro.

Así que de nuevo en la V, tomamos rumbo de nuevo hacia Corcubión, esta vez en una alocada competición contra el astro rey, que se alejaba más rápido de lo que nosotros avanzábamos por la retorcida carretera que bordea la costa, con la sensación de que nos perderíamos algo irrepetible y mágico, quizás un poco aderezado por las prisas y por los innumerables coches que parecían unirse en nuestra particular carrera y nos ralentizaban el avance. Así llegamos por fin al último sol en el final de la tierra, justo a tiempo para tomar posiciones entre los muchos espectadores que allí esperaban, cámara en mano, a la despedida del día, algo digno de ser visto, por su belleza, por la belleza del entorno y porque, seguramente, como en mi caso, dejará en tu memoria unas de las imágenes mas bonitas que se puedan contemplar.


Atardecer en Finisterre



Pero todo toca su fin, y con el dominio de la noche emprendemos camino a Fisterra, donde nos cruzamos con una V Strom 1000 de las nuevas, que por cierto confundí con una 1200 GS, con el fin de conocer un poco el pueblo y buscar un sitio donde cenar. Se que algunos vais a arrojarme al foso por mis tendencias culinarias...pero es lo que hay. He de reconocer que no es muy correcto ir a uno de los sitios donde el marisco tiene la mejor calidad y preparación a buscar comida italiana, pero ni yo ni Yanet somos demasiado forofos de tales manjares, así que una bonita y muy recomendable pizzeria en el puerto sació nuestro apetito.
Una nota: si os gusta el marisco y el pescado, este es el sitio que abastece de lo mejor que te puedes llevar a la boca en nuestras costas, asi que no dejéis escapar la oportunidad y buscad información, seguro que os gustará.

Allí disfrutamos de una agradable velada, frente al puerto, con unas de las primeras fiestas de la temporada de fondo reposando el cuerpo después de la cena y de una animada vuelta en el Saltamontes, si, has leído bien, nos subimos en la atracción de las fiestas como si la moto no hubiera sido lo suficientemente emocionante y tuviéramos que quemar las últimas energías sacudiéndonos un poco mas...

El domingo nos recibió con una soleada mañana en la que no soplaba ni la poca brisa que teníamos ayer, circunstancia rara en la zona que la recepcionista nos recomendó aprovechar para el recorrido de regreso. Después de dar cuenta del desayuno en la soleada terraza del hotel y de un paseillo por la playa, enganchamos las maletas, le damos al play y emprendemos camino hacia el faro Touriñan, este si ( según reza el cartel ) el punto mas al Oeste del país.

Vistas desde el Faro de cabo Touriñán.




La carretera es una comarcal en toda regla, con el traqueteo de sus irregularidades y sus curvas acompañándonos entres bosques y mas bosques hasta el faro, un punto solitario e impresionante donde termina la tierra y el reino del agua te recuerda su grandeza. Allí no solo vimos paisaje, tuvimos la suerte de ver a una pareja de lagartos Arnal enormes, bastante sociales ya que no les importaba demasiado que estuviéramos cerca. Una vez visitado el faro, tomamos rumbo a Muxia.

Santuario de la Virxe da Barca.

Viajar por carreteras comarcales te da una perspectiva diferente del lugar donde estás, cambias cafeterías, gasolineras, rotondas y tiendas de cualquier cosa por pueblos, granjas, playas recónditas y bosques, todo a una velocidad moderada y con el culete cansado. De todo eso tuvimos de camino a Muxia, donde directamente nos fuimos a buscar el santuario de la Virxe da Barca, su particular piedra de abalar ( que no abala, está rota...) y el monumento del Prestige. Para ello cruzamos el pueblo por sus callejuelas, sorprendiéndonos lo pequeño que nos pareció, quizás por habernos hecho una idea errónea al verlo en los medios en la triste época del petrolero. Aprovechamos el pueblo para tomar un refrigerio, alli, sentados mirando a la V como si no la hubiéramos visto nunca, nos rodeaba un batiburrillo de peregrinas japonesas con cara de haber llegado caminando desde Japón, con sus bastones y sus conchas, un bonito exponente del camino, una experiencia internacional que nos rodea de esa magia que probablemente los propios gallegos hayamos olvidado y que personas de otros lugares parecen encontrar.

La V en el cabo Vilán.

Continuamos la ruta hacia A Laracha, ya con ánimo de regresar, eso si, una vez que metamos algo en el estómago... En el camino, grupos de viajeros en Gs, en su mayoría, como no. Me encanta su estampa, parece que vinieran del viaje interminable todos ellos. En viajeros y BMW´s vine un buen tramo del recorrido, hasta que, después de un par de vistazos al marcador, me di cuenta de la baja velocidad que hemos mantenido a lo largo de toda la ruta, subiendo por encima de 100 en contadas ocasiones. Y no han sido los controles de velocidad, ni el clima, ni Yanet desde atrás, ha sido el paisaje, los pueblos, el hecho de rodar por carreteras desconocidas disfrutando de lo que te rodea y perdiéndote el menor número de cosas posible. Siempre me asalta la duda de si puedo realizar estas salidas en compañía de otras motos...por lo lento de mi ritmo.
Es una ruta altamente recomendable, siempre que la agresiva climatología lo permita (allí cuando sopla el viento lo hace con fuerza...), nos han quedado muchas cosas en el tintero, pero cada momento de este viaje ha tenido algo especial, bonito o místico. Atrás han quedado los faros, esos puntos a los que tiene algo encantador llegar y rebuscar por esas remotas carreteras, los castillos, pazos, puentes, rocas, ríos y tanto que ver...en fin. 
También ha tenido una caída casi parado...mas cansancio que otras rutas que hemos hecho y un peligroso viento que se nos levantó a la altura de Ferrol, con bajada de temperaturas incluida, haciendo que abandonáramos la autovía y necesitamos poner los térmicos de las chaquetas, pero ha sido un bajo precio a pagar por lo vivido, de hecho...la guinda del pastel.


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