Somos lo mismo, expresado de forma diferente.
La tarea de escribir se convierte y reconvierte en un constante proceso por ocultar las fuentes de inspiración.
Allá al fondo queda la discusión con mi pareja que sacó la reflexión a la superficie, la discusión con mi cuñada, el intercambio de opiniones con mi suegra, las diferencias con mi madre o la maquinación de un proyecto con ese amigo cenizo que se empeña en denominarse a sí mismo realista.
Vienen entonces los personajes, enredados en vidas difíciles a los que trato de alejar de sus congéneres en la vida real, por nada quiero que se parezcan a mi familia, por nada que me descubran mis compañeros de trabajo tras mis historias creadas a partir de ellos, por nada que me reconozcan tras ese u otro personaje. Así que esa chica del bar debe ser un hombre, o tal vez una abuela, quizás una niña.
Solo para que no se vea esa persona que, por otra parte, es poco probable que me lea.
Así abandono la mitad de mis historias, tratando de que no se vea ese personaje que no he creado, si no que está. A veces, en un día como hoy, sale esa vena rebelde, me planto ante el teclado y me digo que no ocultaré a los personajes de mis historias, que no les vestiré de camareros si son albañiles, que lo les cambiaré el sexo para que no sepan quienes son, que pondré sus palabras en sus bocas asumiendo todas las consecuencias, que serán liberados y apoyados por una persona de carne y hueso.
Y mientras lo hago, una vocecita me dice que no importa, que ellos no se reconocen porque no opinan como yo… que esas historias son y no son ellos, de la misma forma que soy y no soy yo, que solo son personajes que emergen en una historia, una burbuja más o menos duradera a la que la carne y el hueso poco le aportan.
Pero la misma voz me dice pocos minutos después que ni siquiera escribo sobre ellos, que en el fondo no paro de hacerlo sobre mí. Que las historias de deseo no son más que formas de mi propio deseo, que las de amor no son más que mi propia visión del amor y que los personajes no son más que figurantes que aquí y allá me ayudan a experimentar la vida, siendo lo que escribo una burbuja más, efímera, que pasa a convertirse en aire y de la cual no queda más constancia que su propia existencia en un momento puntual.
Así que vuelvo al teclado y me invento otra vez a otro personaje, que oculte con su pàtina de vida cualquier rastro que pudiera dejar sobre cualquier persona que se pudiera identificar.
Y lo hago a sabiendas de que tu que me lees no entiendes mis palabras más allá de ti, por lo que no puedo ni soñar con que mi historia refleje algo de mi. Definitivamente, refleja algo de ti, pero a través de mis palabras.
Escribiendo, me he dado cuenta de que somos lo mismo expresado de forma diferente, así que todo te sonará pero tu protagonista tendrá los atributos otorgados por mí y los tuyos, reflejados desde el inconsciente, haciendo tuyo al héroe de mi historia, poniendo tus colores al cielo que describo, poniendo tu pasión al encuentro que relato. Cuanto más de ti puedas poner al personaje, más te gustará mi relato. cuanto menos puedas… antes cerrarás la página.
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